Los jardines pueden ayudarnos a imaginar otra forma de relacionarnos con el planeta no basada en el consumismo desmedido y la extracción irresponsable sino en el cuidado y el conocimiento
El hecho de que, desde los albores de la civilización, los humanos se hayan esforzado en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su, equilibrio y seguridad, sometidos como están a la continua tensión entre su destino mortal y su voluntad de permanencia, entre su temor al caos y su deseo de orden, entre el desvarío de sus instintos y el poder de su razón.
No obstante, habría mucho que hablar sobre si los paraísos terrenales que creamos escenifican una parábola sobre el reencuentro del ser humano con la naturaleza, o del dominio de esta por aquel. Tan cierto como que el jardín puede ofrecer instructivas y reveladoras lecciones de humildad, paciencia y tesón a quien esté dispuesto a recibirlas, es que en su cuidado se entremezclan y confunden los gestos de afecto y crueldad.